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lunes, 28 de enero de 2013

We are the party shaker.


Míranos, aquí, en el centro de la pista. Observa nuestras caderas moviéndose de un lado para el otro, el pelo danzando al mismo ritmo y nuestro cuerpo vibrando con la música. Saltamos y gritamos, enloquecemos ante nuestro estribillo favorito. El brazo bien en alto, el vaso sobre los demás, lejos del peligro. Es lo más importante, si se cae, adiós fiesta, adiós diversión, adiós noche. Dependemos de ese estúpido líquido más que de la sonrisa que nos brinda el chico de enfrente, adictivo. Los amos de la fiesta, sí señor. En un par de horas las luces de colores parecen pinchar nuestros ojos con sus largos dedos y nos atrapan, nos hacen girar y girar hasta que todo se vuelve borroso. Nuestra razón permanece enterrada y salta a la pista nuestro animal interior, nuestra bestia. Las garras arañan a sus presas y los rugidos marcan el terreno, espantando a las moscas, a los débiles. Corren los ríos de alcohol por nuestras venas. Gritamos. Libertad. Fiesta. Poderío. No queremos que termine nunca. Seguimos saltando, míranos, míranos. Tan alegres. Tan ignorantes. Tan locas. Tan sexys. ¿No quieres jugar? Oh, claro que sí, pequeña gacela. La pregunta no es esa, sino otra: ¿sobrevivirás a nuestras fauces? Y la noche y nosotras te devoramos, los leones, los amos de la fiesta.

Fin.

Día siguiente. Duele, todo duele. Los recuerdos, la cabeza, la garganta, el pie del resbalón por el vómito de la alfombra. Duele tu desnudez entre las sábanas, el rostro a tu lado que no reconoces, duele la ignorancia. Duele la inconsciencia. Se acabó la fiesta y comienza la realidad. ¿Dónde está tu vaso? Necesitas ahogar el dolor en él, antes de que comience a dolerte algo todavía más interno. Llega igual.

Duele, duele la pérdida de tu orgullo.

lunes, 14 de enero de 2013

Allá donde el recuerdo permanece, la llama crece.


Ojalá hubieras estado ahí. Daría cualquier cosa por poder regresar atrás y llevarte conmigo, así, ambos apreciaríamos lo ocurrido y todo sería perfecto. Pero cuando llegué, tú no estabas. Tres segundos más tarde, sucedió. Nunca te había echado tanto de menos... y sigues sin venir, ¿por qué? Te perdiste el momento cumbre, ese instante en el que ardió el argumento, inicio, trama y final. Ahora sólo quedan el recuerdo y las cenizas. Supongo que es tarde. No lo sé. También desconozco el motivo de tu ausencia, ¿acaso te has perdido? Llámame, iré a buscarte. Aún quedan pedazos ardiendo, si te das prisa, puede que las llamas permanezcan a tu regreso. 


Sigues sin venir, sin venir, ¡sin venir!

Por favor, por favor, haré retroceder el tiempo si es preciso. Volveré a componerlo todo y me haré con una caja de cerillas para quemarlo una y otra vez si así lo deseas.

Tan sólo ven, y por ti se alzarán de nuevo las llamas de nuestro amor, alimentándose de mi persona, si es necesario, si así lo quieres...

Sigues sin venir.

El incendio permanece, esperándote.



miércoles, 9 de enero de 2013

La mayor mentira de la vida, es la propia muerte.


Hacen ya quince años de mi muerte. Los mismos que la edad que tenía en ese preciso instante. El aniversario se notaba en el aire, denso, pesado, húmedo, los habitantes de la casa respiraban por la nariz, en un vano intento de no palpar el moho invisible. Se pegaba a sus lenguas, a su piel, a su paladar y, en fin, a su espíritu. Me preguntaba si ella estaría ahí. ¿Tendría la mujer que me había arrebatado la vida el valor suficiente para, una década y media más tarde, darle el pésame a mi familia? El sedoso ondular de una cabellera negra, similar al movimiento de una culebra acuática reptando por el fango, me dio la respuesta que quería: Sí. Estúpida intrépida. El humo fue ascendiendo poco a poco desde mis pies, hasta que toda mi incorpórea figura se tornó negra. Rabia, dolor, muerte. ¡Venganza! Apreté los labios e hinché el pecho, como si respirase todo el aire de la habitación, para luego expulsarlo en un movimiento que me hizo balancearme hacia delante. Acto seguido, salí despedida hacia arriba. Durante unos segundos, los ladrillos, las tuberías, el polvo y la madera me oprimieron las costillas. Atravesar objetos me provocaba una sensación horrible, como si fuera una pequeña rata tratando de pasar por un hueco demasiado estrecho entre dos paredes para evitar una trampa mortal. Al fin, la libertad. El frío me golpeó el rostro y floté, tumbada, en el cuarto largo rato. Libertad, oh, fría y solitaria libertad. Era como un maravilloso dolor permanente, me sentía tan liviana, tan... tan nada, no era absolutamente nada. Avancé hacia la ventana y, desde ella, observé el jardín, se veía muy lejano desde aquel quinto piso. El pavimento todavía parecía aguijonearme la piel con su ardiente erosión, como si regresara al instante en que caí por el balcón de uno de los muchos ventanales de la mansión, empujada por aquella zorra de guante blanco. Dejé escapar una carcajada ante el horror. La risa siseó por la habitación, rebotando contra las cuatro paredes una y otra vez, aumentando el volumen a cada golpe. Golpes. Apenas lo deseé, se hizo realidad. Bum, bum, bum, bum. Y mi macabra risa de fondo. Como un canto fúnebre.

La mayor mentira de la vida, es la propia muerte.

Y yo había tenido el placer de comprobarlo.




#Creo que, para este pequeño escrito, debo dar alguna explicación de su existencia. Pues bien, no la tiene. Al contrario que la mayoría de mis entradas en este blog, carece de cualquier sentido para mí, no es una metáfora, no es un sentimiento oculto, ni una lágrima, ni una sonrisa, ni nada. Simplemente, fue un momento de inspiración en el cual abrí el OpenOffice ( ¡viva la propaganda encubierta! (: )y comencé a escribir sin pararme a pensar. Y creo que, las cosas incoherentes, también tienen su lugar en esta vida. 

lunes, 7 de enero de 2013

Aún por encima de burros, apaleados.


Aún por encima de burros, apaleados.

Tenemos lo que nos merecemos y construímos, una sociedad de mierda en la cual eres caballo, mosca o hez. Aprendimos a querer siempre más y más y odiar lo que es menos, crecimos bajo el influjo de normas y personas que continuamente nos decían qué hacer, no por ser mejor para nosotros, sino para ellos y sus negocios; maduramos para darnos cuenta que, encima de los caballos, están los jinetes y nos estancamos al confirmar la realidad: estamos aquí como mozos de cuadra, para mancharnos limpiando lo que otros, más ricos, desechan. Siempre hubo gente que hablaba de libertad y revolución, que luchaban por unos ideales distintos, justos. ¿Se consiguió? Sí, lo logramos. Sangre, sudor y lágrimas, pero alcanzamos la victoria. Todo ésto para que, al poco tiempo, lo nuevo derivara hacia lo viejo, si bien en ocasiones no se regresó a lo anterior, sí se avanzó... pero se retrocedió en valores. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Es difícil verlo y todavía más aún valorarlo, decidir qué podemos hacer y cuáles serán las consecuencias de nuestros actos. Ahí reside su poder, en gobernar a un mundo de resignados. Porque aún por encima de burros, salimos apaleados. No se contentan con aplastarnos con la suela de su talón, de tirarnos a la mierda y hacernos sentir como si lo fuéramos; no les basta su superioridad, su egoísmo conseguido y su forma ególatra de ser. No, no, no es suficiente. Apaleados, siempre, tenemos que estar. Y para poder seguir siendo sus burros de carga, sus mozos de cuadra, nos revolcamos en lo que nos echan encima para que ellos aplaudan y rían, para que sus bolsillos engorden y su humanidad se reduzca. Tenemos que dar gracias y sonreír, o llorar, si es lo que quieren. Amos y señores, he aquí sus resignados. Podemos luchar, podemos lograrlo, pero, sino cambiamos y dejamos el miedo atrás, continuaremos siendo así.

Soy una luchadora y mi cometido es pelear fieramente por lograr un mundo mejor, ¿difícil? Por supuesto, mas no tanto como el echo de dejar de ser una resignada.

Llegará un día en el que los burros darán coces, los caballos galoparán en libertad, los mozos de cuadra tirarán sus palas a la cabeza de los jinetes y ya no habrá más mierda de la que alimentarse las moscas.

El mayor problema de todos, ésto ha conseguido convertirse en el ciclo de la vida.

martes, 25 de diciembre de 2012

Muñeca de trapo.


Todo va a ir bien, te dicen. Todo cambiará, todo sucede por alguna razón. Siempre dicen muchas cosas, sobran las palabras, y niegan los hechos. Un olvido despistado, una actitud no concordante a tus expectativas, una mirada que no debió estar ahí, las preferencias siempre hacia lo ajeno, ¿y tú? Tratada como una mierda, mexan por ti e tes que decir que chove. Duele, un puño de hierro te aplasta el corazón y notas como tus esperanzas se escurren al igual que tu sangre, entre esos dedos fríos y metálicos... Carentes de calidez, de cariño, de cualquier amor o empatía. Y tragas, tragas todo lo que te echen porque sino, ¿qué va a ser de ti? ¿Acaso quieres ser otra muñeca de trapo más olvidada en una esquina, porque cuando te rompiste nadie quiso jugar más contigo? Prefieres ser una marioneta y que al menos alguien mueva tus hilos, en algún momento decidiste que era mejor depender de los demás que tener importancia en algo alguna vez. Con tal de una mirada, de una sonrisa, ¿para qué? Sabes bien que no eres más que ese pedazo de tela de la esquina, que tira de sus propios cordeles fingiendo que la mueven, así, quizás, logres captar la atención de algún marionetista. Miras hacia arriba con angustia, deseando llegar a ser como ellos, cada gesto te devuelve a la realidad con más fuerza. Golpeas el suelo y rebotas un poco, ya no te duele, eres de trapo, de usar y tirar. ¿Te quieren? Te usan. ¿Ya no te quieren? Te tiran. Y en los momentos en los que te estrujan entre sus manos para exprimir hasta la última gota de tu felicidad, todo lo que puedes dar de ti se convierte en lo que ellos pueden dar de sí, sonríes por el mero hecho de que te tocaran.

¿Lo más triste de todo?

Eres plenamente consciente de ello.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Tú, la que mueres por dentro.

Te duele el estómago y te arden los ojos. Tragas saliva y agachas la cabeza. Una de las mangas de tu sudadera se escurre por tu postura, codo sobre la mesa, la cabeza sobre la mano. Tiras de la manga hacia arriba con rabia.

Los cortes aún te duelen, te gustaría desinfectarlos al menos. Calmar el dolor.

Pero no. Te niegas. Sabes que no te sucederá nada grave, nada que sea digno de mención, y que el dolor seguirá permanente.

No te importa. Sonríes. Es lo que estabas buscando.

Tu sangre llora por ti. Nadie lo verá. Es tu secreto. Tuyo y sólo tuyo. Al igual que esa punzada en el corazón, enamorado de quien no debes.

Tú solo querías que te quisieran por una vez.

Sabes que nunca sucederá. Sabes que deberías aceptarlo. Acostúmbrate. Resígnate a la realidad.

Pero no puedes. Ansías con todo tu ser, nada te corresponde. Sufres, pero te callas. Aunque tus ojos hablen por ti.

Las lágrimas siguen insistiendo en humillarte.

¿Pero esa no es acaso tu especialidad? ¿Acaso no es el fingir tu mayor habilidad?

Lo es.

Te colocas bien la manga de la sudadera y respiras hondo. Te sientas bien y sonríes. Vivan las sonrisas falsas.

Tú, la mayor actriz de todos los tiempos.

Tú, la que mueres por dentro.

Ama y señora.

Lágrimas negras surcan tu rostro
mientras clamas clemencia
por todos esos actos, esos juguetes que volviste rotos,
lloras asegurando la de tu alma inocencia.


Sollozos teñidos de falso dolor
surcan el aire, navegando a la deriva,
buscas un puerto que acoja tu clamor
sin darte cuenta de que a nadie eres asidua.


Tristes se muestran las comisuras
de esos labios, cosidos de muñeca de trapo,
tras la máscara rota que de porcelana vuelve tu negrura
grietas blancas enseñan a ojos atentos tu oculto levanto.


Por mucho que intentes hacer ver
esa coraza, creada a golpe de egoísmo,
cierras tu mente y los demás observan tu oscuro placer,
que disfrutas siendo la ama de este lugar gobernado por feudalismo.


Aquí se acaba tu reinado
de sangre invisible, heridas inventadas, 
quizás ahora entiendas que es el fin de tu mundo creado
adiós para siempre digo, sonríes, sabes que en mí tus garras quedaron marcadas.